El pensamiento moderno, deslumbrado por la ciencia y la técnica, ha negado la intuición espiritual y el conocimiento metafísico. Sin embargo, se trata de conocimientos consagrados por la tradición más profunda de la humanidad, representada tanto en la filosofía, como en la religión, desde lo más antiguo.
La restauración de la metafísica es más necesaria hoy que nunca, pues sus sucedáneos artificiales han perdido totalmente su fatuo esplendor, tras dañar aquella guía correcta de la humanidad.
La metafísica tiene muchos principios de tipo dogmático, y debe ser así, porque ella, en última instancia, se fundamenta sobre determinados supuestos que no tiene necesidad de demostrar. Pero no solamente la metafísica hace esto sino también la ciencia, aunque ella lo practique de modo diferente, porque pretende validar sus supuestos mediante el método científico, la observación, la experimentación y la demostración. Su validación resulta así indirecta, ya que nunca se muestran los supuestos mismos sino los fenómenos que prestigian a dichos supuestos. La metafísica no pasa por esta etapa experimental, sino que siempre se mantiene en el plano puramente intelectual.
Restringirse a los fenómenos para analizar y conocer la realidad es un intento absurdo, pues aquellos no le explican al hombre todo lo que él quiere saber. Por eso éste se lanza más allá de los fenómenos, con el peligro, ciertamente, de caer en el error o la falsedad, peligro implícito también en la ciencia, así como en cualquier tipo de especulación racional. Del mismo modo que la ciencia nos presenta un sistema para conocer los fenómenos, la metafísica constituye un sistema para conocer la realidad, es una experiencia de fondo, que le dice al hombre que hay algo abarcativo, total, coherente, y, en última instancia, infinito, que él no podrá explicar del todo, pero que debe intentarlo tanto cuanto pueda.
Como cuestión derivada de ello, se presenta la polémica de las ciencias acerca de qué es lo real, es decir, aquello que les concierne investigar científicamente. La metafísica es la ciencia que afirma que la Realidad excede el Ser. Mientras que por el contrario, el resto de todas las ciencias, excepto la teología no-ontologista (en tanto ciencia), afirman que lo cognoscible es solamente lo que se encuentra en el Ser, y que fuera de ello nada puede ser conocido. Más reductor aún es el pensamiento que dice que lo único cognoscible es lo material o perceptible, y sólo a través de los sentidos.
Debemos estar abiertos al conocimiento objetivo, imparcial y puro, tal como la realidad se nos presenta, y lograr una fundamentación del mismo. La realidad tiene determinados atributos: O bien podemos enfocarla en forma materialista, y afirmar que sus atributos son meramente físicos, que ella se sustenta a sí misma, no trascendiendo a nada más allá; o bien la conocemos metafísicamente, y sostenemos: “Sus atributos tienen una relación armónica y universal, que trasciende el Ser”.
Debemos partir de la realidad que nosotros podemos percibir y captar, conociéndola con fundamento, y ayudándonos con la intuición metafísica a penetrar en los ámbitos que están más allá de la sensibilidad. De lo contrario la metafísica no tendría nada que ofrecernos, ni tendríamos que reunirnos para hablar de ella, y sería necesario que no existiese, pues constituiría una fantasía.
Una de las características del conocimiento metafísico, válida también para el simbólico (siendo este uno de sus métodos), es que una misma realidad puede tener distintas interpretaciones no-contradictorias. Podemos comparar esto con un océano, que sin dejar de ser la misma masa de agua presenta diferentes estratos, a medida en que se profundiza más en él. Pero a pesar de sus distintas interpretaciones de la realidad, producto de su profundización, el conocimiento metafísico no se contradice a sí mismo. Por el contrario, se refuerza a medida que las interpretaciones correctas se multiplican, y los niveles de profundización se van consolidando entre sí. Mientras que el conocimiento lógico-racional de la ciencia actual trata de alcanzar la univocidad, y en la medida que cae en la diversidad de interpretaciones se considera nulo.
Otra de las características del conocimiento metafísico es la de ser meramente intelectual, pues no recurre a los fenómenos para validarse. Por cierto, que no deja de tener supuestos, fundamentos o dogmas indemostrables, porque la constitución racional misma del ser humano recurre a esos fundamentos, en los cuales se basan tanto el conocimiento científico como cualquier otro.
Otra de sus características es el uso del símbolo y de la intuición intelectual, que apoyada en el símbolo pasa más allá de las fronteras del mero conocer racional.
¿Cómo reconocer la veracidad de lo que afirma el conocimiento metafísico?: Pareciera que en él cualquiera encuentra un mundo de posibilidades que le permiten afirmar lo que quiera, sin necesidad de atenerse a los fenómenos, ni tener, materialmente hablando, que demostrar nada. En esto se basó una de las críticas del pensamiento lógico-racional a la metafísica tradicional. Pero es que el conocimiento metafísico es acerca de lo Absoluto, Uno y Unico, lo cual le otorga fundamento por sí mismo, sin necesidad de recurrir a nada externo. En la medida que dicho conocimiento no se refiera a la Unidad, es inválido. Tal es el núcleo y lo único que lo valida: Todo conocimiento metafísico solamente se debe remitir por último a la Unidad, sin que debamos agregar nada a ella, ni materia, ni forma, ni la representación de un ser determinado, nada en absoluto. Absoluto y Unidad significan, en última instancia, lo mismo, y el conocimiento metafísico, por abocarse a ello, adopta la modalidad que lo identifica.
Además, la metafísica concierne a la realidad personal del alma humana. Si no la vinculamos con la persona, sería ella también un conocimiento vano e inútil. Por el contrario, debe iluminar el alma humana, darle una claridad que le permita conocerse a sí misma. El autoconocimiento es uno de sus fundamentos, distinto a la introspección psicológica, pues busca el conocimiento de la realidad divina del alma -algo propio a la búsqueda espiritual y a la iniciación-, y le descubre al hombre una realidad insospechada.
La verdadera metafísica tiene como rasgo distintivo el hablar de la Unidad, del orden, jerarquía y grado del Ser, y proyectar todo eso en una concepción armónica de la realidad, más allá de los fenómenos. Por lo tanto, la metafísica explicaría el fundamento de los fenómenos, y de las ciencias que se aplican al estudio de los mismos. De acuerdo a una gradación lógica, debería empezarse por conocer la metafísica antes que las otras ciencias. Pero, por el contrario, el científico actual obedece en general a cierto axioma implícito, según el cual prevalece la experiencia vulgar y común, que parte desde la percepción de los sentidos hacia la comprensión abstracta. El hombre de sabiduría realiza el camino opuesto, desde la concepción abstracta, a la comprensión de los fenómenos sensibles.
Ambos conocimientos deberían complementarse y constituir un todo armónico, como dos orientaciones no excluyentes, una que podríamos llamar gráficamente hablando “orientación vulgar”, “de abajo hacia arriba”, es decir, de lo sensible a lo abstracto; y la otra orientación, más correcta, que desciende de lo abstracto a lo sensible.
En tanto que la metafísica es puramente intelectual, constituye el método correcto, sin descartar el método científico, pues si bien los fenómenos son signos de la realidad, atenerse exclusivamente a ellos no alcanza para abarcar la realidad total.