Jesús no fue crucificado – Cuarta parte
La interpretación de las claves
Hasta ahora estamos en medio de los enigmas, de las conjeturas. ¿Cómo vamos a salir de ellas? Muy fácilmente, hemos visto como primer asunto que Jesús tenía un poder personal de autoprotección, que provenía del Espíritu Santo. Él era el purificado, el Mesías, a quien nadie podía alcanzar con la mala intención de dañarlo. Nunca pudieron apresarlo, no pudieron arrojarlo desde un precipicio, no podían capturarlo hasta que él lo quiso, al entregarse en el huerto, y allí se quedó esa noche porque sabía que debían apresarlo.[1]
Además del poder de autoprotección, Jesús ejercía otro poder que ya mencionamos, el de la transfiguración, como está suficientemente asentado en los evangelios. Además podía hasta ausentarse del lugar en donde se encontraba, como cuando se aparece a los del camino a Emaús, y después de acompañar un buen rato a los dos viajeros que lo conocían de antes porque eran parientes suyos, ellos entonces no lo reconocieron, y luego se les evaporó delante de sus ojos.
Entonces, combinaremos estos dos elementos, el de la autoprotección y el de la transfiguración, con el hecho extrañísimo, que nadie explica, de que cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra, lo que incluiría a la tropa de diez o doce policías, por lo menos, que lo fue a apresar. Nos parece que sus seguidores también cayeran inconscientes, por lo que iba a suceder y que ellos no entendían, y así algunas versiones indican que todos cayeron a tierra. ¿Cómo entonces interpretar este desmayo colectivo, no sólo de sus enemigos, sino también de sus seguidores?
Lo podemos interpretar como que en ese momento, cuando quieren capturar a Jesús, todavía está presente en él la fuerza protectora que rechaza la agresión y repele a sus enemigos. Pero nos preguntamos además, ¿por qué los que no lo agredían debían también quedar inconscientes?, ¿qué fin tenía esto? Nosotros respondemos que eso sucedió para que sus seguidores no presenciaran la transfiguración que se produjo en ese momento: Judas es, con seguridad, el único que queda en pie, junto a Jesús, y Judas mismo adopta la fisonomía de Jesús. En ese mismo momento este último adopta una figura distinta y se aparta del grupo. Lo vemos apartarse del lugar en el evangelio de Marcos (14:51-52), como enseguida vamos a explicar.
Recapitulando, en el momento que lo van a apresar, los que tenían una intención maligna a su respecto son repelidos por la fuerza que ya conocemos, que protegió a Jesús durante toda su misión, y esa gente queda totalmente inconsciente, cae de espaldas. Y sabemos que estaban inconscientes porque hay una reiteración de la misma escena, “Jesús” vuelve a preguntarles lo mismo, dado que habían perdido la conciencia de lo anterior: “¿A quién buscáis?”… y él agrega “yo soy”, por segunda vez. ¿Pero qué sentido tiene que se desmayen sus compañeros? Ellos también caen inconscientes por un hecho todavía más profundo, y es que se va a producir algo que ellos desconocían, y que no debían todavía conocer. Como ya dijimos, ellos desconocían todo lo que iba a suceder, y cuando Jesús les hablaba al respecto se preguntaban: “¿Qué está diciendo?” Cuando estuvieron en el huerto no velaron con él, porque no sabían lo que estaba pasando realmente. Y él les dijo, según el Evangelio de Juan: “Porque voy al Padre y no me veréis más… Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello” (16:10 y 12).
Cuando Judas adopta la figura de Jesús, éste se aparta. ¿En qué lugar de los evangelios comprobamos esto? Allí donde afirma que todos sus seguidores lo abandonaron y huyeron, pero un joven “cubierto sólo de un lienzo” seguía a Jesús y a sus captores: “Y abandonándole huyeron todos. Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo” (Mr. 14:50-52). Es muy extraño que un joven aparezca en la narración sin que antes se le hubiese mencionado, pues no era del grupo de discípulos, ni venía con los policías, ya que de lo contrario éstos últimos no tendrían por qué haberlo perseguido. A este joven, dice en Marcos, intentaron prenderlo, y sucedió lo mismo que sucedía con Jesús: “… Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo” Según nuestra interpretación sigue habiendo así “un Jesús” que tiene el mismo poder de repeler a sus agresores, pero esta vez bajo la apariencia de “un joven envuelto en un lienzo” (vestimenta por demás rara, pues no se dice que fuera una “túnica”, por ejemplo)
En cuanto al suicidio de Judas, es una versión que no se puede aceptar según nuestra interpretación de los hechos. Sospechamos que esa versión se habría creado para justificar su desaparición, porque Judas se evapora, y nadie sabe dónde está. Como no se sabe qué le sucedió, se cuenta de él que tiró los cuarenta dineros con los que lo habían sobornado los rabinos y se ahorcó de un árbol.
Hemos pasado por alto algo que podríamos preguntarnos: Si admitimos que Judas adopta la figura de Jesús, ¿cuál es la prueba a este respecto? La prueba está en que el joven que se aleja del grupo tiene el poder de autoprotección que tenía Jesús, y el “Jesús” que ahora queda como tal, es decir Judas, no tiene ninguna fuerza: Lo apresan, le pegan, lo insultan, lo laceran, se burlan de él, le escupen… Son “dos Jesús” heterogéneos, uno el verdadero, a quien nadie podía tocar, que enseñaba a la gente y no dejaba una sola pregunta sin contestar. Nunca rehusaba responder a nadie, y aún cuando algunos le preguntasen algo rebuscado, daba vuelta el argumento malintencionado y los humillaba. ¡Compárenlo con el Jesús que queda, que no tiene poder de ningún tipo, ni el poder de la palabra que tenía el Jesús verdadero, un poder que enmudecía a sus enemigos y que enseñaba a los sacerdotes del Templo, aún siendo él pequeño!
Dice: “¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho” (Jn. 18:21); y “«No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero él seguía callado y no respondía nada” (Mr. 14:60-61) Su deplorable actuación se muestra de muchas maneras, como cuando dice: “Tú lo has dicho”, sin asumir una afirmación directa y coherente. A la pregunta sobre si era en verdad el Mesías responde: “Tú lo has dicho…” (Mt. 26:64), una expresión enigmática pues él no lo dice.
“Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban” (Lc. 22:63); “algunos se pusieron a escupirle” (Mr. 14:65); “y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?» Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas” (Lc. 22:64-65). Judas era en figura quien personificaba a Jesús, y en cuanto a la realidad no era él. Pero la denigración insultante y humillante que recibe el transfigurado no desmerece la tarea humillante, dolorosa y sacrificada de Judas, sino por el contrario la enaltece, porque si no fuera por el amor y la fidelidad hacia su maestro nunca hubiese nadie asumido esa tarea.
Es recomendable leer lo que dice el “otro Jesús” en los evangelios, como por ejemplo sus deplorables actuaciones ante el Sanedrín y ante Pilatos y Herodes. Ante el Sanedrín se produce este diálogo: “«Si tú eres el Mesías, dínoslo» Él les respondió: «Si os lo digo no me creeréis»… «¿Entonces eres tú el hijo de Dios?» El les dijo: «Vosotros lo decís, yo soy»” (¿!), una respuesta ilógica pues la primera parte contradice a la segunda. La primera significa, como ya hemos visto, que él no se hace cargo de las afirmaciones de los otros, sino que más bien las rechaza, o al menos las deja en la duda, y en la segunda parte de la respuesta, por el contrario, él acepta esas afirmaciones y las confirma. Ante Pilato sucede lo mismo, Pilatos llama a Jesús y le pregunta: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» (Jn. 18:33-34) … «Luego ¿tú eres Rey?»”. Respondió Jesús: «Tú lo dices, soy Rey»” (Jn. 18:37).
Los evangelios agregan a veces, después de las respuestas del aparente “Jesús”, algo con lo que tratan de explicarlas con pretensiones teológicas, pero que con toda evidencia no pertenece al diálogo original, ni explica nada en definitiva. Pero en realidad, cuando el transfigurado responde ante el Sanedrín “yo soy”, y ante Pilato “soy Rey”, es como si dijese “yo acepto todo lo que ustedes dicen, porque este es el papel que debo representar”
Allí están también sus increíbles silencios, contrapuestos a su manera de actuar durante toda la misión, y contrapuestos también al significado de su propia misión. A menos que tengamos una interpretación tan sin fundamento como la que nos dan oficialmente, sus silencios son de la misma naturaleza que sus respuestas ya mencionadas: “tú lo dices” o “vosotros lo decís”. Pilato le pregunta a un Profeta, a un Enviado de Dios, algo esencial que ese Enviado debería estar obligado a responder a cualquier mortal, en cualquier circunstancia: “Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?»” (Jn. 18:38). Esta es una invitación a enseñarle, a extraerlo de su escepticismo y de su error, y aún en el caso de que fuera un dicho hipócrita o sarcástico, un Mensajero de Dios debería aprovechar la ocasión para enmendar a su interlocutor… Pero el “otro Jesús” nada responde, como dicen los evangelios. Ante los sacerdotes y los ancianos que lo acusaban “no respondió nada” (Mt. 27:12), a pesar de ser él mismo quien había dado latigazos a los mercaderes del Templo, dependientes de esos falsos sacerdotes.
Pilatos se sorprende y le pregunta: “¿No oyes de cuántas cosas te acusan [los sacerdotes]?” (Mt. 27:13), como se recrimina a un niño o a un inconsciente, cuando éste debería ser el mismo Jesús que explicaba en el Templo, ante las narices de los sacerdotes, que él sería sacrificado en Pascua por los sacerdotes del pueblo: “Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado” (Mt. 26:2) ¿No se merecían estos sacerdotes una explicación y una advertencia, o bien una fuerte recriminación y amenaza antes de cometer su crimen?…[2]
El colmo de esa horrible actuación, quizás lo más lamentable de ella, sucedió ante Herodes: “Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato” (Lc. 23:8-9 y 11). Huelgan las palabras.
Por último, he aquí su enigmática respuesta a Pilato, cuando éste le preguntó quién era y no quiso responder a ello, pero le dijo: “No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba”, se interpreta que de parte de Dios, y prosigue, “por eso, el que me ha entregado a ti…”, ¿a quién se refiere?, “tiene mayor pecado” (Jn. 19:11) Si reconoce que los sucesos que se están produciendo fueron ordenados “de arriba” por Dios, o al menos son tolerados por Él, ¿a quién se refiere con “el que me ha entregado a ti”? ¿A Dios, a Herodes, a los sacerdotes, a Judas, o al verdadero Jesús? Si el entregador cometió un pecado al hacerlo, queda descartado que sea Dios, y también queda descartado Jesús, que era impecable. Entonces, se trataría de alguno de los otros tres. Pero, además, si de acuerdo a nuestra interpretación de los hechos debemos descartar a Judas, pues éste no tenía ningún poder, y le fue ordenado hacer lo que hizo, se refiere sin duda a los sacerdotes y a Herodes, en conjunto, como representantes del pueblo judío.
Lógicamente, como ya hemos repetido, es el mismo transfigurado el que más sufre la situación de verse enfrentado a los enemigos de su maestro y deber callar o responder con la misma pregunta, sin tener que decir quién era él y qué hacía suplantando allí a su amado maestro. Esto es el sumo de la fidelidad y la entrega, y por eso este pobre ser, merecedor de toda consideración y respeto, estará con Jesús en su misma categoría en el más allá. Por eso, no deseamos denigrar a Judas en su actuación, que por otra parte no dependía de su voluntad directamente, porque si todo ello sucedía porque el Señor así lo dispuso, todo ello debía suceder así, sin importar en última instancia la calificación que a nosotros nos produzca. Y los términos que usamos, como “deplorable”, “denigrante”, “lamentable”, u otros por el estilo, no tienen por intención calificar negativamente la persona del transfigurado sino solamente remarcar que los hechos son en sí mismos indignos de un Mensajero de Dios, no que Judas fuera en algo culpable o causante de esos hechos. Por el contrario, los culpables de ello fueron los inicuos que se amparaban en sus falsarias dignidades de sacerdotes y autoridades políticas, cuando sólo respondían a sus bajos instintos.
Pero vayamos a los muy importantes argumentos finales con los que intentaremos dilucidar algunos enigmas. Quedarán no obstante muchos asuntos sin dilucidar, porque nuestro intento no es agotar este tema con un opúsculo como el presente sino solamente abrir una puerta hacia los secretos de los hechos alrededor de Jesús el Mesías.
El sacrificio y su reaparición
Si Jesús se transfiguró y adoptó otra fisonomía después de la crucifixión, ¿Hay testimonio de esto en los evangelios? Si, como por ejemplo cuando van las mujeres a ver la tumba al día siguiente de la crucifixión y la encuentran vacía. Luego, María Magdalena vuelve sola allí nuevamente y se pone a llorar, pero cuando se da vuelta encuentra a un hombre que no conoce, y que confunde con el hortelano, el que cultivaba la huerta allí situada, lindante con la caverna donde fue sepultado Jesús.[3] El desconocido preguntó a María Magdalena: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré” Jesús le dijo entonces: “María” Ella se vuelve y le dice en hebreo: “Rabbuní”, es decir “Maestro” (Jn. 20:5-16), como si ella despertara de un sueño y descubriera a Jesús directamente.
Cuando Jesús exclama: “¡María!”, es como si quisiera que la Magdalena recapacitara y viera que era él. Entonces le ordena: “Deja de tocarme”, o “no me toques”, y esto constituye una clave. El no quería que lo tocasen, pues tenía un cuerpo especial con el que debía ascender a un plano superior, como también dice allí. Otra interpretación es que sería peligroso que lo tocasen debido a su poder. Él advierte a María Magdalena que no lo toque porque “todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn. 20: 17). El siervo reconoce aquí también su condición de tal.
Anteriormente a este episodio se habían producido otros, muy significativos de lo que estaba pasando. Por ejemplo, alguien aparece y remueve la piedra del sepulcro, y según uno de los evangelios fue un ángel que “bajó del cielo” (Mt. 28:2-3); además, siguiendo a Lucas, “dos hombres con vestidos resplandecientes” aparecen dentro del sepulcro ante las mujeres que habían ido allí, el domingo muy temprano, entre ellas María Magdalena (24:4)
En una segunda oportunidad Jesús se presenta ante dos de sus seguidores en el camino de Emaús, al tercer día de la crucifixión. Uno de ellos quizás fuera tío de Jesús, y lo conocía desde pequeño, y el otro un primo suyo. Iban a una aldea llamada Emaús, y “Jesús se acercó y siguió con ellos”, según dice en Lucas, para agregar “pero sus ojos [los de ellos] estaban retenidos para que no le conocieran” (24:15-16) En síntesis, era él, lo veían y no lo reconocían. Tenemos algo más, les preguntó Jesús: “«¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo»”, y entonces le narra todo lo que había pasado. Él les responde: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?»” “Gloria” y “glorificación”, como ya dijimos, significan “elevación”. Y continúa el pasaje de Lucas: “Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras”. Ellos le forzaron a quedarse, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.»” Esto significa que estuvieron varias horas con él y no lo reconocieron. Y continúa: “Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron”. Recién entonces, al bendecir y ver cómo partía el pan y les daba de comer, y porque así solamente lo hacía Jesús, tuvieron la inspiración de quién era él, sólo cuando quiso que lo supieran. Para concluir afirmando algo extraordinario: “pero él desapareció de su lado” (Lc. 24:17-31) Estaba sentado a la mesa junto a ellos, y cuando se dieron cuenta quién era, de golpe se les esfumó, ¿no es esto extraordinario?
Otro episodio: Estaban todos sus discípulos reunidos, y dice en Lucas “él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros» Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo»” (24:36-39) Nosotros interpretamos que él les debió mostrar que no tenía los signos de la crucifixión ni en los pies ni en las manos, no porque él, como se cree erróneamente, los hubiera tenido en algún momento, sino porque en realidad nunca los tuvo. Los discípulos tenían miedo al verlo y pensaron que era una aparición fantasmagórica, ya que lo creían muerto en la cruz. Pero él les aseguró el corazón que no poseía los estigmas de un crucificado. ¿Para qué les pediría que comprobaran sus heridas si estuvieran a la vista? Sólo se los pudo pedir porque en realidad nunca tuvo esas heridas.
“Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo[4], no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas [él no necesitó abrir ninguna puerta], y dijo: «La paz con vosotros» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente»” (Jn. 20:24-27) Esto significa que sus laceraciones no existían, que su cuerpo estaba completamente entero. El cuerpo lacerado y ajado por el sufrimiento no era ese que él exhibía, lo cual para nosotros significa que nunca recibió ninguna herida.
En Juan también se narra la aparición de Jesús en el Tiberíades: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús” (21:2-4) Ellos, que lo conocían de años, algunos eran sus primos y se criaron juntos, lo vieron en la orilla del lago y no lo reconocieron.
Y lo que sigue es más claro aún. Veamos: “Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No» Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», [Pedro] se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan” Es decir, Jesús había preparado esto como otras veces había multiplicado la comida. Continúa la narración: “Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar» Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?» Sabiendo que era el Señor” No osaban preguntarle, lo cual significa que no lo reconocían manifiestamente, porque estaba transfigurado, pero ¿cómo sabían que era Jesús?, de corazón, no por la fisonomía. Ellos querían confirmarlo, pero temían preguntarle, aunque Pedro sabía que solamente Jesús podía hacer ese regalo de llenarle la red de peces, y preparar de la nada una comida, pero nada preguntó. Aún más, no se atrevían a tocar la comida, hasta que el mismo Jesús “toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez”, según dice el texto (Jn. 21:5-13) Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, y las tres veces no lo reconocieron.
[1] Los evangelios no dicen cómo Judas supo que él estaba en el huerto, ni en ellos figura que Jesús se lo haya dicho en ningún momento. Se separaron en la cena, Jesús presuntamente se iría a Betania, como todas las noches, pero no fue así. Este es otro indicio que refuerza la responsabilidad que había asumido Judas en el asunto, pues conocería lo que debía hacer, sea porque Jesús se lo había explicado, sea por inspiración.
[2] No debía advertirles eso porque en realidad ellos debían proceder con libertad, aceptando al Mesías o rechazándolo y asesinándolo, como a muchos otros Profetas. Pero no era a él a quien realmente iban a asesinar…
[3] Un cuento falso de los judíos de la época dice que el verdulero u hortelano era un cristiano oculto, y que se llevó allí el cuerpo exánime de Jesús engañando a los sacerdotes de Jerusalén. Pero que después lo enterró en otro lado, porque tenía miedo de que la gente que allí fuera le pisara la verdura al visitar el sepulcro de Jesús…
[4]La Biblia de Jerusalén usa “mellizo”, traduciendo el original griego que dice “Dídimo”, y que significa eso. También “Tomás” en arameo significa “mellizo”. Algunos le atribuyen haber sido mellizo de Jesús, sosteniendo que la Virgen tuvo a ambos, y los más audaces afirman que cuando fue muerto uno de los dos, el otro se hizo pasar por el Jesús “resucitado”. Este es otro cuento de la fantasía judía.