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Jesús no fue crucificado – Tercera parte

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Jerusalén

La culminación de la misión de Jesús es en Jerusalén. Si bien su prédica consistía en anunciar el Reino por toda Palestina, la cúspide de su tarea se verifica en Jerusalén, lo que surge de los Evangelios con toda evidencia. Hay allí un acto muy simbólico, el de la última cena, que deseamos explicar. Posteriormente se produce el apresamiento en el huerto, y el trato humillante ulterior que recibió Jesús. Vayamos, pues, por partes.

         Jesús entra en Jerusalén y predica allí tanto como quiere antes de las Pascuas. Se había establecido en Betania, a unos 15 km. de Jerusalén, donde iba y venía de casa de unos discípulos suyos, Lázaro, Marta y María, que vivían allí. Predicaba durante el día en el templo, y durante la noche se refugiaba en Betania para que no lo apresaran, ya que los sacerdotes de Israel no se arriesgarían a prenderlo a plena luz del día, por temor a que el pueblo se sublevara. En esos días de Pascua había en Jerusalén muchos galileos y de otras facciones (recordemos que no todos eran judíos), que apoyaban a Jesús, y entonces los rabinos preferían apresarlo de noche, como sucedió después, para no sublevar al pueblo. En el lapso durante el cual no hubo problemas Jesús predicó todo cuanto quiso, entraba al templo y salía con ese poder de autoprotección que tenía, y nunca lo podían tocar. Pero él se reservaba para el momento final.

         En la noche de Pascua, cuando tuvo lugar la última cena, se reunió con sus discípulos, y entonces sucede algo bastante enigmático, que constituye la clave de todo lo que pasaría luego. Según el evangelio de Juan, en un momento dado Jesús dijo: “…En verdad os digo que uno de vosotros me entregará” (Jn. 13:21). Deducimos, entonces, en primer lugar, que él conocía el hecho. Segundo, si él lo conocía, y eso sucedería sin oposición de su parte, era porque se trataba de un designio divino, de una orden o decreto superior a su propia voluntad, lo que podemos vincular con el diálogo a que antes nos referimos que tuvo en el monte con Moisés y Elías. Debido a que las misiones de los Profetas se encuentran dominadas absolutamente por la Voluntad de Dios, que ellos no determinan los pasos a dar sino que lo hace el Señor, debemos creer que el hecho de ser entregado Jesús a sus asesinos, algo que de antemano él mismo conocía, constituía sin duda un designio divino inapelable.[1]

         Pero Jesús no solamente se conforma con decir que había alguien que lo entregaría, cargando así un peso extraordinario sobre el que lo hiciera, sino que también lo designa directamente. A la pregunta de Juan sobre quién sería ese que lo entregara, Jesús responde: “Aquel a quien le diere el bocado que voy a mojar” (Jn. 13:26). De esto se deduce que él ya sabía quién era ese. Si él lo sabía, y se trataba de uno de sus seguidores, entregar a Jesús no era entonces algo de la voluntad exclusiva del que lo hiciera, ni era debido a la antipatía que podría tenerle Jesús a esa persona para cargarlo con tamaña misión, ya que él no odiaba a nadie, sino todo lo contrario. Él amaba a todos sus seguidores, que eran sus hijos espirituales. Descartada la voluntad arbitraria del discípulo, o el odio de Jesús, sólo nos queda el designio de Dios para que alguien hiciera semejante tarea. Y Jesús lo designa diciendo: “«Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar» Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote” (Jn. 13:26), y le ordenó que haga su tarea. “Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has dicho»” (Mt. 26:25). Es como si no hubiese querido lastimarlo ordenándoselo directamente, y se lo hubiese mostrado por gestos, indirectamente, para que el elegido lo confirmase de palabra, “¿soy yo acaso?” Y agrega Jesús: “…Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Jn. 13:27), le manda, le ordena. ¡Ve y haz tu tarea!

         Ahora bien, pongamos por caso que un maestro espiritual, no ya un Profeta ni un Mensajero de la categoría de Jesús, tenga un discípulo a quien le ordena cometer una maldad, porque de eso se trataba: ¿Es lógico admitir esto, que un maestro espiritual ordene a un discípulo cometer algo malo?, ¿no es absurdo? Entonces, la única conclusión posible es que no se trataba de una maldad, de un delito. Y si no se trataba de eso, sino por el contrario era un designio divino, un decreto de Dios, entonces el que debía cometer eso no era en realidad culpable, pero sin embargo cargaba con la apariencia de una maldad cometida. Lo notable es que Jesús no sólo lo designa, sino que le ordena realizar lo que debe hacer.

         Otro hecho notable es que se diga que en la conjura participaba Satanás: “Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás” (Jn. 13:27) ¿En qué sentido se debe interpretar esto?, ¿en el sentido de que Jesús obró en favor de Satanás, y le facilitó las cosas designando a Judas y ordenándole proceder? ¿O en el sentido de que entregó a unos de sus seguidores a manos de Satanás, para que éste hiciera de él lo que quisiera? Ambas alternativas nos resultan repugnantes, pues ni Jesús podría facilitar de ningún modo los planes de Satanás, ni podría entregar a un ser humano que lo seguía en manos del maldito, y aún más, hacer que Satanás entrara en un discípulo suyo a través de su misma mano, lo cual es inaceptable si no se tratara de una metáfora.

         Entonces, sólo nos queda pensar que los hechos estaban absolutamente predestinados por la Voluntad divina, bajo cuyo imperio está el mismo Satanás, y que la expresión “entró en él Satanás” es más bien metafórica, desde que el mismo Judas no tuvo oportunidad de elegir. Menos aún Jesús tuvo alternativas, pues era el más obligado a obrar tal como lo hizo: “El Hijo del hombre se va, como está escrito de él” (Mt. 26:24).

         Nos podríamos preguntar que si por un designio divino Jesús obró tal cómo obró, y Judas procedió cómo procedió, ¿en caso contrario Judas habría entregado a Jesús?… Si esto sucedió tal como sucedió, debemos concluir que Judas no es culpable de nada, sino en cierto modo un sacrificado, pues ¿qué culpa podríamos atribuirle cuando fue la Voluntad divina la que determinó todo lo que pasó?[2]

         Otro de los hechos notables en el relato de la “última cena” es que el resto de los seguidores, aparte de Judas, nada sabían sobre lo que estaba pasando. Y esto nos da otra clave sobre el secreto del asunto, y sobre que se trataba de algo por encima de la comprensión racional y común, pues de lo contrario los discípulos hubiesen comprendido, e incluso necesitado comprender para su propio beneficio. Dice en Juan: “Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía” (13:28)

El apresamiento

Pasemos a los acontecimientos que tuvieron lugar en el huerto de Getsemaní. Esto tiene también sus claves, porque cuando Jesús y sus seguidores, después de la última cena, van al huerto, y él decide no retirarse a Betania como era habitual. Es como si estuviese propiciando que sus captores lo vinieran a apresar. Si él hubiera querido retirarse a Betania, o hubiese querido fugarse, podría haberlo hecho, pero esa noche se fue al huerto de Getsemaní…

         Se cuenta que allí Jesús tiene un momento de gran angustia, y mandaba a velar junto a él a sus compañeros, pero éstos se quedaban dormidos. Cada tanto él los iba a ver, para saber si velaban con él, pero he aquí que los encontraba dormidos. Esto demuestra que ellos estaban bastante ajenos a todo lo que iba a suceder, e ignoraban la importancia de ese gran momento. Jesús mismo refuerza el hecho de que sus compañeros no sabían lo que estaba pasando, al decir: “No se turbe vuestro corazón: creéis en Dios, pues creed también en mí” (Jn. 14:1) Se distingue de Dios, la Realidad superior, y él como Mensajero y un medio de Dios para los hombres. Y continúa: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo     estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino” (Jn. 14:2-4). Es decir, puede muy bien interpretarse como un camino de este mundo, un lugar de la tierra, como creemos que podría haber sido el camino a que se refería, o bien el camino de la fe. “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros” (Jn. 14:18), repite, confirmando que se queda en el mundo. “Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn. 14:30-31). Es decir le ordenó todos los acontecimientos que sucedían, desde su entrega por parte de Judas, hasta su actual desaparición momentánea que él anuncia. Y “el Príncipe de este mundo” debe ser interpretado como el poder opresor romano y sus aliados judíos en Palestina, porque dice de ello “en mí no tiene ningún poder”, lo que significa que Satanás, otro nombre del ese Príncipe, no tiene poder alguno sobre los Mensajero de Dios, ni menos el de crucificarlo, como ya veremos.

         Su discurso de despedida siguiente es muy enigmático, y contiene contradicciones aparentes que deben ser solucionadas con un conocimiento más profundo, con un esfuerzo de interpretación: “«Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver» Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’ y ‘Me voy al Padre’?» Y decían: «¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir»” (Jn. 16:16-18)… Y agrega Jesús: “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo… pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar… Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre… Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn. 16:20, 22 y 25)

         Es evidente que este discurso no se refiere al sacrificio de la cruz porque de haberlo hecho hubiese utilizado otras palabras, menos enigmáticas, como lo hace en aquellas que figuran en Mateo: “Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado” (26:2) ¿Qué necesidad tenía de ocultar bajo palabras enigmáticas, parábolas como él mismo dice, que sus propios compañeros no entendían, un asunto que poco antes él mismo había anunciado tan claramente?

         En consecuencia, debemos meditar mejor sobre dichas expresiones “dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”, porque: 1º) No se refieren directamente a la crucifixión; 2º) el tiempo es mencionado como muy corto, “poco”, no como meses o semanas; 3º) se trata de algo que sus compañeros van a ver o dejar de ver, por lo cual se refiere a la visión directa de Jesús, a su aspecto o apariencia física, a la visión concreta de su persona, vista por ellos como siempre lo vieron (“dentro de otro poco me volveréis a ver”) Tampoco se refiere a los acontecimientos que van a suceder en la crucifixión, pues de lo contrario, como ya dijimos, lo hubiese expresado directamente.

         Luego ya describe sucesos, diciendo: “Y me dejaréis solo. Pero no estoy solo,   porque el Padre está conmigo… Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu hijo…”, “glorificar” significa “elevar”, “para que tu hijo te glorifique a ti”, es decir, te ensalce, te eleve, te exalte. “Y que según el poder que le has dado sobre toda carne”, el poder de hacer milagros de salud y el poder de transfigurarse, “dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn. 16:32 y 17:1-4).

         ¿Qué impresión nos causan estos párrafos? Es como si alguien se despidiese, pero como estando ya en otro lado. Nos está hablando como por un altavoz, mientras el vehículo en el que se aleja de nosotros se encuentra lejísimo, aunque una apariencia suya está delante de nosotros como en una pantalla, como sucede con la televisión.

         ¿Cómo se enlazan los acontecimientos que después sobrevienen con estas palabras de Jesús? En primer lugar debemos observar que en ningún momento habla de su crucifixión, pues el término “glorificar” significa diametralmente lo contrario que “mortificar” y “crucificar”. En segundo término, habla de su misión, “la obra que me encomendaste realizar”, diciendo que ya está cumplida, es decir que nada falta por hacer. Esto último, también, excluye que todavía reste la crucifixión, en cuanto se entiendan rectamente dichas expresiones. Y siendo la crucifixión el acto capital que según la teología eclesiástica vino a cumplir Jesús, dichas palabras desautorizan una interpretación como la eclesiástica, es decir que haya sido crucificado él para la salvación del hombre.

         Sintéticamente, lo apresan en el huerto, y dice en Juan: “Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno» Díceles: «Yo soy» Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno» Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos»” (Jn. 18:4-8) Esta es otra parte esencial de la interpretación que debemos hacer de los hechos. Vamos a ver en lo que sigue todas las interpretaciones realmente extraordinarias que se extraen de este diálogo entre Jesús y sus captores, todo lo cual confirma la doctrina del Sagrado Corán: “Empero no le mataron ni le crucificaron, sino que se les simuló [hacerlo]” (4:157), él apareció para ellos en uno de sus seguidores que asumió su figura.

[1] Los hombres en ocasiones pueden cambiar los proyectos de otros hombres, pero no la misión de los Profetas y Mensajeros, que vienen a revelar la Verdad. Aunque los hombres tienen libertad para aceptarlos o rechazarlos. Entonces, que alguien lo entregara era algo establecido e inevitable en la misión de Jesús, porque no sería posible ello sin la determinación divina.

[2] En los últimos años apareció un evangelio de Judas que sirvió de base a un documental emitido masivamente que pretende confirmar el mismo argumento, aunque el aporte del Sheij ha sido muy anterior (N.E) Nota: Se denomina Evangelio de Judas (o Evangelio prohibido de Judas) a un evangelio utilizado, según testimonios de los Padres de la Iglesia, por la secta gnóstica de los cainitas. Fue compuesto probablemente durante el siglo II. Este evangelio se creía desaparecido, pero, en la década del 70 (siglo XX) fue hallado en Egipto un códice copto (supuestamente traducción de un original griego) en el que aparece un texto que parece corresponder al Evangelio de Judas mencionado en la literatura cristiana primitiva. En el texto se hace una valoración positiva de la figura de Judas Iscariote, que en los cuatro evangelios canónicos es considerado como traidor a Jesús.

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