Las fuentes del conocimiento humano y el simbolismo
Todo conocimiento humano se basa en los atributos o cualidades que captamos de las cosas. Y cuando conocemos una cosa a través de sus cualidades o señas externas, y ya tenemos su concepto, le aplicamos un nombre.
Conocemos todas las cosas sólo a través de sus cualidades o características, no podemos penetrar en su interior para captarlas cómo son por dentro, ni cómo están vinculadas a la realidad total. Esto nos resulta incognoscible, y más bien deberíamos dedicarnos sólo a descubrir nuestro propio vínculo con la realidad, que de por sí nos resultaría también inalcanzable, pues cada vez que damos un paso en ese sentido, el horizonte se muestra mucho más lejano.
Entre los medios que tiene el ser humano para conocer están también la metáfora y el símbolo, que le permiten por medio de otra cosa imaginar algo oculto, extraordinario, fuera de lo común, porque el hombre no puede comprenderlo de otro modo.
El conocimiento racional y la experiencia
El hombre puede tener una duda, y debe superarla a través del razonamiento, o bien de la propia experiencia, de la visión, de la realidad inmediata que uno percibe. Unos creen hablar sobre lo que conocen, pero realmente no lo conocen de verdad, y otros pueden hablar de ello con la experiencia de la vivencia, de la visión, de la experimentación en sí mismo de la realidad. Podemos apelar al respecto al ejemplo de un incendio: Una cosa es que a alguien le avisen sobre un incendio, otra es que lo vea con sus propios ojos, y otra todavía más fuerte es estar dentro del incendio. Lo primero es meramente racional; lo segundo agrega además el testimonio visual, pero sin la experiencia directa; y por fin, existe la experiencia directa, estar en el incendio uno mismo y conocer qué es el fuego por la propia experiencia.
Hay saberes que son propios de la razón, y que los filósofos exponen en forma abstracta, otros que son propios de la experimentación, a los que la ciencia estudia de determinada manera, y por último hay saberes propios de la experiencia del corazón de cada cual. Tales son los tres pasos de la evidencia contenidos en el ejemplo anterior.
Podemos preguntarnos sobre la justicia: ¿Por qué existe en el corazón del hombre el anhelo de justicia? ¿Por qué consideramos y se sentimos que lo injusto es malo? Tanto es malo que me hagan injusticia a mí, como hacerla yo a otros. Pero ¿de dónde me viene la idea de justicia? Esa idea debe surgir de alguna experiencia de lo justo que hayamos tenido, presente en nuestra conciencia. Y esa experiencia de lo justo, de un orden justo, es algo que nos antecede, que nos sobrepasa, que nos cubre y nos rodea, y que debemos reconocer en nosotros.
El lenguaje racional es escaso, las palabras son insuficientes para hablar sobre la Realidad total. La lengua humana y la lógica del hombre son estrechas a fin de comunicar qué es esa Realidad tal cual es, por más que apele a cualquier tipo de argumentos, y exponga cualquier tipo de ciencia. Nuestro idioma es exiguo, falto de amplitud, exhaustividad y profundidad, cuando exponemos sólo teóricamente.
Los que hoy se llaman “científicos” o “filósofos” tienen por característica la contradicción permanente de unos con otros. Pero no solamente esto, sino que un mismo pensador en el desarrollo de su vida puede llegar a contradicciones totales. Esta contradicción no es propia de la Sabiduría. Cuando se encuentre en un libro, en un autor, en la vida de una persona que se dice sabia, contradicciones de esta especie, que esa persona no es nada sabia, es un simple especulador. También se da tal contradicción en la vida de las personas que no se consideran sabias ni estudiosas, como los políticos, artistas y demás.
La sabiduría es armonía, y desde sus fundamentos es no-contradictoria. Incluye la contradicción en sí misma para demostrar que detrás de esa contradicción hay coincidencia, hay armonía de opuestos, coincidencia de contrarios. La Sabiduría es el conocimiento por el cual se llega a la unidad, y los contrarios no se ven como tales, sino como armónicos complementarios.