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¿Quién es Mohieddin Ibn Al-Arabí?

Abu Bakir Muhammad Ibn Alí Ibn Muhammad Ibn Ahmad Ibn Abdallah Al-Tá´i Al-Hátimi, más conocido como Mohieddin Ibn Al-Arabí, cuyos apodos fueron Al-Qutbu Al-Akbar (el polo mayor de lo espiritual), Al-Hakim Al-Ilahi (el sabio en lo divino), Jatam Al-Auliá Al-Uarizin (el sello de los santificados herederos de los Profetas), Barzaj Al-Barazij (el discernidor máximo de la sabiduría), Muhiuu Al-Haqq ual-Din (vivificador de la Verdad y de la Fe), Al-Bahru Al-Zajir fil-Ma´árif (el mar pleno de sabidurías), Al-Kibrit Al-Ahmar (el mercurio rojo —símbolo de la sabiduría—), Al-Sheij Al-Akbar (el maestro máximo), Al-‘Arif bil-Lah (el sapiente en Allah), etc., nació en Murcia, Al-Andalus (actual España), el día 17 del mes islámico de Ramadán del año 560 de la Hégira, correspondientes al 28 de julio de 1165 d.C. Su familia descendía de antepasados nobles venidos de Arabia, y en su época sus tíos maternos y su padre eran espirituales de alto rango. Uno de sus tíos llamado Iahia Ibn Iagan era gobernador de Tlemcen, en Argelia, y abandonó su cargo para seguir la vida espiritual. El otro se llamó Abu Muslim Al-Jaulaní y fue conocido por su ascetismo y prácticas devocionales. Otro tío suyo paterno, Abdallah Ibn Muhammad Ibn Al-Arabí, se destacó también por sus estados espirituales elevados (1).
Su familia vivía en forma acomodada, y cuando él cumplió los 8 años ya se encontraban instalados en Sevilla, centro político y educacional del Al-Andalus, donde Ibn Al-Arabí recibió una educación islámica, entre ella la memorización del Sagrado Corán. En los años iniciales de su juventud no demostró ninguna inclinación por la vida espiritual (Tasauuf), y se casó tempranamente con Mariam Bint Muhammad Ibn Abdun Ibn Abdurrahman Al-Bayya´i, también de la gente destacada de Al-Andalus, comenzando él a trabajar en el gobierno de Sevilla. Narra Ibn Al-Arabí lo siguiente: “Me contó la mujer justa [su esposa] Mariam lo siguiente: ‘Vi en mi sueño a un individuo que sólo me visitaba en sueños, y que nunca vi en persona en el mundo de los sentidos [despierto]’. Le dijo: ‘¿Deseas lograr la vía espiritual?’. Respondió: ‘¡Sí, por Allah!, ¡Quiero alcanzar la vía pero no sé cómo!’ Él le contestó: ‘Con cinco asuntos, que son: El encomendarse [a Allah], la certidumbre [sobre lo sagrado], la paciencia, la firme resolución, y la veracidad’. Ella me expuso su visión y yo le dije [expresa Ibn Al-Arabí]: ‘Tal es el método de esa gente [los sufis]’” (2).
A poco de este episodio Ibn Al-Arabí cae muy enfermo, a punto de creerse que moriría. Su padre se mantenía las noches junto a su lecho recitando el Sagrado Corán, especialmente la sura (capítulo) 36, llamada Iasin (uno de los nombres del Profeta —BPyD—). Cuenta Ibn Al-Arabí: “Enfermé y estuve inconsciente en ese lapso hasta que ya me contaba entre los muertos. Y vi [en visión onírica] a una gente de aspecto horrible que deseaban dañarme. Y vi también a una persona bella, fuerte, de aroma exquisito, que apartaba de mí a los otros hasta que lograba someterlos. Le pregunté: ‘¿Quién eres?’ Me respondió: ‘Soy sura Iasin que te defiendo’. En ese momento me desperté de la inconsciencia, y he aquí a mi padre, que Allah le dé Misericordia, a mi cabeza, que lloraba mientras recitaba esa sura hasta concluirla. Entonces le informé de lo que había visto”. (3) A partir de entonces y especialmente desde que falleciera su padre con posterioridad, Ibn Al-Arabí se dedicará por entero a la vida espiritual. Su padre cayó muy enfermo y en cierto momento le comunicó a Ibn Al-Arabí que iba a morir un miércoles, quince días después. El mismo día de su fallecimiento se sentó en el lecho sin ayuda alguna, y le dijo: “¡Hijo! Hoy es el día de la partida y del encuentro [con Allah]”. Ibn Al-Arabí le respondió: “¡Allah te asigne la salvación en tu viaje, y te bendiga en el encuentro!”. Esto lo alegró y me contestó: “¡Allah te recompense con el bien por mí, hijo mío! Todo cuanto yo oía que tú decías, sin conocerlo yo, y quizás algo de ello lo rechazaba, he aquí que ahora lo veo”. Luego de esto apareció sobre su frente [lugar de apoyo en la oración islámica] un destello blanco que era diferente al color de su cuerpo, una luz centelleante. “Mi padre se dio cuenta de ello, y aquel destello luego se expandió por su rostro, y llegó a colmar todo su cuerpo. Le besé la mano, lo despedí, y salí de allí diciéndole: ‘Iré a la mezquita principal hasta que sea anunciada tu muerte’… Cuando esto sucedió me precipité hacia él y lo encontré tal cual, que el que lo viera dudaría si estaba vivo o muerto…” (4).
El año 580 de la Hégira (1185 d. C. aproximadamente), a los 20 años, Ibn Al-Arabí adoptó el sufismo, y cuando ya tenía 33 años su fama había rebasado Al-Andalus y se expandía por Marruecos y otros países islámicos, que él visitaba en sus múltiples viajes para entrevistarse con maestros y sabios, durante los cuales discutían cuestiones de exegesis del Sagrado Corán, de metafísica, y de vida espiritual (Tasauuf). Y en muchas oportunidades permanecía junto a aquellos sabios en beneficio propio. Cierta vez estando en el actual Marruecos, por entonces gobernada por los Almohades, el año 597 de la Hégira, tuvo una visión espiritual en la que se le ordenaba que se trasladara a oriente (recordemos que el Norte de África islámica se llama en árabe al-Magrib, es decir «el occidente» —nombre hoy especialmente aplicado a Marruecos— y que oriente se llama al-Mashriq, que comprende especialmente Arabia, Siria y Palestina, Irak, Yemen, Omán, Bahréin, y otros territorios sobre el golfo árabe, y Egipto, a pesar de estar en el Norte de África). Al respecto narra que su visión consistió en ver un trono: «Allah dispuso que dicho trono tuviera patas de luz, no sé cuantas, pero yo las vi. Su luz se asemeja al relámpago, pero a pesar de ello vi que [el trono] tenía una oscuridad, cuyo sosiego no se puede dimensionar. Tal oscuridad está en lo profundo de ese trono… Y vi pájaros bellos que volaban en sus extremos. Y vi allí un pájaro de los más bellos, que me saludó y me comunicó después que llevara compañía a los países de oriente. Estaba yo en la ciudad de Marrakesh [Marruecos], donde tuve toda esta revelación. Pregunté: “¿Quién es ése [al que tengo que llevar]?” Me respondió [el pájaro]: “Muhammad Al-Hassar que está en la ciudad de Fes, quien ha rogado a Allah trasladarse a los países de oriente. ¡Llévalo pues contigo!” Respondí: “¡Escucho y obedezco!”, y agregué, siendo él [el nombrado antes] el mismo pájaro que me hablaba [se le presentó bajo dicha figura]: “¡Tú serás mi compañía, si Allah lo quiere!”. Cuando llegué a la ciudad de Fes pedí por él, y me vino a ver. Entonces le pregunté: “¿Has suplicado a Allah algún deseo?” Respondió: “¡Sí! Le supliqué que me hiciera ir a los países de oriente. Y se me respondió: Fulano [Ibn Al-Arabí] te va a llevar, y yo te estoy esperando desde entonces”. Así pues que lo llevé en mi compañía el año 597, y lo dejé en tierras egipcias, donde él murió, Allah le dé Misericordia». (5) Partió pues de Marrakesh hacia Fes, y con el ya mencionado sufi Muhammad Al-Hassar, se trasladaron a Tlemcen, actual Argelia. En el 598 H. estaba en Túnez, donde logró grados extraordinarios de realización espiritual, y siguió luego a Egipto de paso hacia La Meca. Pero en Egipto se expandió prontamente su fama, y allí estuvo corto tiempo rodeado del homenaje de los sabios, y del anhelo de conocimiento de los buscadores. El mismo 598 H. arribó a Meca, donde se estableció durante un par de años entre sus doctos y justos, y ya en el 600 H. lo encontramos en Bagdad, Irak, donde estuvo el corto tiempo de doce días. Luego visitó al sufi Alí Ibn Abdallah Ibn Yámi‘, de Mosul (Irak), quien tenía un fuerte vínculo con Al-Jadr (6), y recibió por tercera vez una distinción de éste, la «jirqah» (vestimenta sufi) que ya había recibido de él en otras dos ocasiones. Volvió luego a Egipto donde dirigió por un tiempo a sus discípulos de allí, pero esta vez fue acusado por los religiosos formalistas de hereje, como suele suceder a los sufis, y se pidió su expulsión del país. Persiguieron a sus discípulos, y prohibieron toda reunión de su comunidad. El gobernante de ese momento providencialmente no apoyó a sus enemigos, e Ibn Al-Arabí fue dejado en paz una vez que el Sheij Abu Al-Hasan Al-Bayya’i’ defendió su posición. De El Cairo viajó a Alejandría, y de ésta, cuando estaba dispuesto a volver a Meca, tuvo señales de que debía ir a Anatolia (Asia Menor, actual Turquía), a la ciudad de Konia, donde después se destacaría Yalal Al-Din Al-Rumi. Allí el mismo gobernante salió a su encuentro a recibirlo y honrarlo, y le concedió una casa cómoda para alojarse. Estableció nuevos discípulos en esa ciudad, pero luego de un tiempo se trasladó a Armenia junto a un número de aquéllos.
En el 608 volvió a Bagdad a entrevistarse con el Sheij Shihab Al-Din Omar Al-Suhrauardi. En la primera entrevista sólo se miraron, y luego se alejaron sin hablar más que el saludo. Al respecto se conocen las palabras de Al-Suhrauardi: «Ibn Al-Arabí es un mar de realidades». En Bagdad esta vez fue rodeado de discípulos anhelantes de la sabiduría, pero pronto se volvió hacia Alepo, en Siria, y de allí a Damasco, donde residió desde 620 H. hasta su muerte, dieciocho años después. En ese lapso no dejó de visitar Meca y Medina varias veces. Solía retirarse a las afueras de Damasco, al desierto, y componer allí sus obras, aunque nunca dejó de escribir a pesar de sus numerosos viajes. A su asamblea asistían hasta el gobernante de Siria, por entonces Al-Malik Al-Mu‘azzam, y algunos miembros del gobierno, como el juez de jueces (qadi al-qudat) llamado Shams Al-Din Ahmad Al-Jaulí, del rito shafita (una de las escuelas jurídicas del Islam) , como asimismo el juez de jueces del rito malikita, llamado Ibn Al-Zakí, que llegó a abandonar su función para servir mejor al Sheij Al-Akbar, Mohieddín Ibn Al-Arabí.
Tampoco dejó Ibn Al-Arabí de recibir continuas iluminaciones, inspiraciones y desvelaciones metafísicas, a pesar de sus ocupaciones y traslados. Debe destacarse al respecto lo que él mismo cuenta sobre cómo le fue ordenado escribir el libro Fusus Al-Hikam, Engarces de la Sabiduría (7): «…Sin duda que he visto al Mensajero de Allah, Bendición y Paz sean con él y su Descendencia, directamente, en una inspiración que me fue dada a ver en los diez últimos días del mes de Muhárram del año 627 [de la Hégira, 1230 d.C.], en los alrededores de Damasco. El (BPyD) tenía en su mano un libro y me dijo: “Este es el libro de los engarces de la sabiduría. ¡Tómalo y dalo a conocer a la gente, que se beneficiarán con él!”. Respondí: “¡Oigo y obedezco a Allah y a Su Mensajero, y a los que poseen autoridad entre nosotros, como nos ha sido ordenado!” Entonces cumplí con la aspiración, purifiqué mi intención, me concentré en el objetivo y el anhelo de manifestar este libro como el Mensajero de Allah (BPyD) me lo determinó, sin agregar ni quitar nada. (7) Rogué a Allah, exaltado sea, que hiciera de mí en esta tarea y en la totalidad de mis estados uno de Sus siervos sobre los cuales Satanás no tiene poder, y me privilegiara con la firmeza protectora de todo mal, con la inspiración glorificante, y el aliento espiritual en el interior de mi ser, en todo aquello que escribieran mis dedos, pronunciara mi lengua, y guardara mi corazón, para ser un intérprete, no un autor. Y que esta obra sirviera de confirmación a quienes la conocieran de la gente de Allah, los poseedores de corazón puro, como algo proveniente de la Categoría de la Santidad, obra exenta de las contingencias psíquicas, las cuales son pasibles de confusión y error…».
Ibn Al-Arabí falleció la noche del jueves y comienzo del viernes el día 28 de Rabí‘ Ajir (cuarto mes del calendario lunar islámico) del año 638 H., correspondiente al 16 de noviembre de 1240 d.C., y su discípulo ya nombrado, Ibn Al-Zakí y dos de sus otros seguidores condujeron su cuerpo a las afueras de Damasco, a las alturas del monte Qasiun, donde se encuentra hoy su tumba junto a las de sus dos hijos, fallecidos después, Sá‘ad Al-Din Ibn Muhammad, que fue un poeta sufi, y ‘Imad Al-Din Abu Abdallah Muhammad. Además, Ibn Al-Arabí tuvo una hija llamada Záinab a la que amó mucho, y decía que ella recibía inspiraciones divinas desde niña, como su padre.

Sus obras principales
Futuhát Al-Makkíiah, Revelaciones de La Meca. Es un manual de todas las materias en las que Ibn Al-Arabí se destacó por su sabiduría, y contiene muchas narraciones sobre su vida.
Fusús al-Híkam, Engarces de la Sabiduría. Es una síntesis de toda su doctrina.
Turyuman Al-Ashuáq, El intérprete de los amores, obra poética e inspirada en la hija del Sheij Makin Al-Din Al-Isfahaní de Meca.
Al-Dhaja’ir ual-a‘laq fi sharh turyuman al-ashuáq, Tesoros y preciosidades en la explicación del intérprete de los    amores, un tratado sobre la exégesis metafísica del anterior.
Kitáb Al-Ajláq, Tratado sobre la ética, que trata sobre política y ética pública.
Diuán Ibn Al-Arabí, o Al-diuán al-akbar, Poemario de Ibn Al-Arabí, o El poemario mayor.
Tafsír Al-Qur’án, Exégesis del Sagrado Corán, según el método general basado en la interpretación literal y jurídica, que consta de 24 tomos, y explica el Sagrado Corán de acuerdo a su sentido explícito y literal, siguiendo la tradición al respecto.
Tafsír al-Qur’án ua ta’uíluhu, Exégesis del Sagrado Corán y su interpretación, en dos tomos, donde expone sus interpretaciones profundas.

(1) Respecto de todos estos antecedentes familiares consultar los testimonios del mismo Ibn Al-Arabí en su obra máxima Futuhát Al-Makkiah, Iniciaciones de La Meca, Tº II, pp. 23 en adelante, y Tº I, p. 240.
(2) Futuhát, Tº I, P 363.
(3) Futuhát, Tº IV, P 648.
(4) Futuhát, Tº I, P 289.
(5) Futuhát, Tº III, P 573.
(6) Este es «el verde», como su nombre lo indica en árabe, un ser cuya categoría espiritual es la de Profeta, y que vive desde antes de la aparición de Moisés (P) en el mundo, como lo indica la sura 18 del Sagrado Corán, donde se ve a ambos vincularse durante un tiempo.
(7) Esto no significa que el Profeta (BPyD) le hubiese dictado literalmente el libro, sino que inspiró a su corazón sus significados, y luego Ibn Al-Arabí compuso con palabras propias lo que la obra contiene. Esto último se evidencia cuando cita en el texto del libro obras anteriores suyas, como Futuhát Al-Makkiah.

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