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Semblanza del Murshid Sheij Alí Al-Husainí (1)

Sus antecedentes familiares

Su padre, Muhammad Ibrahim Husein (1), provenía de Siria, de una región llamada «la montaña de los Alauitas» (Yábal Al-`Alauiún). En esa región se refugiaron descendientes del Profeta (BPDyC) perseguidos primero en Arabia, después en Irak, luego en Líbano, quienes finalmente se aislaron en una región montañosa y agreste donde pudieron subsistir sin las persecuciones habituales contra ellos. Por una providencia divina las poblaciones cristianas que los rodeaban sirvieron de escudo, porque de no haber sido así esas poblaciones hubieran sido engañadas por los gobernantes para perseguir a la descendencia del Profeta (BPDyC), como ha sido siempre.

Su madre, Zahíah Mahmud, era de Trípoli, el Líbano, la segunda ciudad en importancia de ese país, pero sus antepasados procedían de larga data de Siria. Cuando se trasladaron al Líbano, pasaron a vivir en un ambiente urbano y tuvieron más oportunidades de adquirir cultura. Luego fue llevada por sus padres inmigrantes a la Argentina, cuando tenía apenas pocos meses de vida. Allí fue a la escuela pública hasta cierto grado, cuando consideró su padre suficiente aprendizaje. No obstante haber interrumpido su escolaridad Zahíah finalmente dominó ambos idiomas, y llegó a ser una gran lectora en castellano. De ella aprendió nuestro Múrshid lo primero en el Din del Islam, las suras del Sagrado Corán más elementales, y el amor al Profeta (BPDyC) y a su Descendencia.

El grupo familiar estaba compuesto por el padre, que falleció en el año 1962, la madre que falleció en 1986, entre quienes había una diferencia de edad de entre quince a dieciséis años aproximadamente, tres hijos varones y tres hijas mujeres. Cuando Muhammad Ibrahim llegó como inmigrante a la Argentina apenas tenía catorce años, pero ya vivían en el país sus tíos maternos, quienes habían hecho cierta fortuna con un negocio cerca del cruce de las calles Corrientes y Juan B. Justo, en Buenos Aires. A pesar de que era analfabeto supo desenvolverse socialmente, y pudo también comerciar y tener un negocio en la misma zona. Hizo cierta fortuna, y quiso volver a su país con su primer hijo Ibrahim y una hija llamada Hásanah, para que se criaran en su país de origen. Encontrándose de nuevo en Siria su esposa Zahíah tuvo a su tercer hijo, una mujer llamada Amál (nombre que ella adoptó ya entrada en años, siendo el original Fahímah).

Finalmente la familia volvió de nuevo de Siria a la Argentina, y ya aquí la familia se completó con tres hijos más, totalizando tres mujeres y tres varones.

El abuelo materno del Múrshid, también una persona analfabeta, tenía fortuna y creó instituciones de beneficencia. Estos datos sirven como ejemplo de los excelentes antecedentes familiares de nuestro Múrshid. De chico Muhammad Ibrahim se empeñó en que alguien enseñase a su hijo Ricardo (con ese nombre inscribió a nuestro Múrshid en el registro civil) la lectura del Sagrado Corán y la lengua árabe, las cuales fueron las primeras enseñanzas que recibió, de pequeño. Escuchaba hablar en casa el árabe, con lo cual se le facilitó en parte y se le dificultó en otra el aprendizaje de ella, porque el dialecto sirio-libanés distorsiona parcialmente el conocimiento de la lengua culta, aunque es uno de los más cercanos a ella.  Su madre le imbuía del amor hacia su tierra natal, y en tanto que el Líbano pertenecía a Siria cuando ella nació, se consideraba a sí misma con mucho orgullo siria, pero amaba y respetaba a la Argentina.

Su hermana mayor lo cuidaba asiduamente debido a las circunstancias expresadas, y su abuela materna, que vivía cerca de la familia, fue hasta llegar a la adolescencia de las personas más amadas por el Múrshid. Entre los años 1962 y 1963 tuvo que cumplir con el servicio militar obligatorio, en el regimiento 3 de infantería General Belgrano, en la localidad de La Tablada, provincia de Buenos Aires.

Su paso por el ejército duró más de un año (febrero de 1962 a abril de 1963). Recuerda sin embargo una satisfacción: Por casualidad a partir del día de su cumpleaños de 1962, considerando la enfermedad de su padre que estaba postrado en cama, le dieron un permiso especial de salida para colaborar con la familia, después de una investigación al respecto, licencia que duró por el resto de su conscripción. Viajaba todos los días hasta su casa a partir del mediodía, y desde ella hacia el cuartel por la madrugada para presentarse a la diana. En el cuartel lo habían destinado a la administración, y colaboraba en general con las tareas que allí se efectuaban.

El fallecimiento de su padre en 1962, cuando el Múrshid tenía 21 años, dejó a su familia en una situación económica endeble, porque la fábrica de medias que tenían, al igual que la industria nacional en general, había entrado desde el año 1955 en un franco retroceso.

El joven hijo se propuso entonces sanear la situación económica de su familia, para que su madre quedara tranquila, y lo logró manteniendo distintas actividades lucrativas. Y luego de ello, como si hubiera cumplido una etapa, se casó. Su situación económica se hizo aún más holgada, pero también ocurrió algo que produjo un cambio de tipo espiritual, como luego vamos a narrar.

Empujado por las circunstancias antes mencionadas podemos decir que se olvidó, prácticamente, de cuidar su desarrollo espiritual. Se dedicó a trabajar intensamente y a estudiar la carrera de abogacía. Se casó, tuvo su primer hijo, y alcanzó un bienestar económico satisfactorio.

A pesar del progreso material, mantenía en su interior, desde que tuvo un sueño a los diecisiete años, que luego contaremos, una inspiración sobre que debía concretar algo espiritual. Después de 10 años de relativa inactividad en ese sentido se produjo un vuelco en su vida espiritual: A poco de casarse, se compró un coche grande y lujoso, que para él significó llegar a un límite de su dedicación a lo mundano. Cuenta nuestro Múrshid: «Sucedió que cierto día me encontré en un embotellamiento de tránsito, y me pregunté a mí mismo: ‘¿Qué hago yo aquí dentro de un cajón fino, como un muerto en vida, trabado hasta para decidir moverme, y sin hacer nada para mí mismo?’» Por entonces ya había suspendido su carrera de abogacía, por falta de tiempo, y decidió en ese momento reiniciar al menos sus estudios, pero ya no en derecho, que realmente no le interesaba, sino en la carrera de filosofía, y prepararse culturalmente para lo que debía hacer.

A partir de esa crisis se concentró en el estudio, se interesó en el pensamiento, la filosofía, la metafísica, la lógica, y durante los quince años siguientes se abocó por entero a conocer la cultura de la gente a la que debía dirigirse, a conocer la mentalidad racionalista occidental, lo cual es necesario e imprescindible para difundir el Islam en occidente, como enseña el hadíz: «Hablad a la gente de acuerdo a su entendimiento».(2)

Hubo dos o tres máximas del Profeta (BPDyC) y versículos del Sagrado Corán que fueron como las líneas directrices de su vida. La primera es la sura 110, que repetimos a menudo en nuestra saláh u oración, que dice: «Cuando llegue el auxilio de Allah y la Victoria, y veas a los hombres entrar en el Din de Allah en multitudes, entonces ¡Glorifica en alabanza de tu Señor y pídele indulgencia! Por cierto que Él es Muy Perdonador». De chico intuyó que esta sura tenía un gran secreto, un contenido importante, y que proponía un plan, que la gente conociera el mensaje del Islam. Era una sura que le atraía, y cuando leía «veas a los hombres entrar en el Din de Allah en multitudes» intuía que era un proyecto que lo implicaba a él, que debía colaborar en ello, y que no se reducía a la época del Profeta (BPDyC), o a Arabia, sino que era para todo tiempo y lugar.

Otra de las directrices fue el dicho del Profeta (BPDyC): «Haz por tu mundo como si vivieras en él perpetuamente, y por el más allá como si mañana murieras». Ese equilibrio entre ambas situaciones siempre le resultó extraordinario, no ser absorbido por el mundo ni volcarse exclusivamente al más allá, como lo reafirma otra tradición del Profeta (BPDyC) que dice: «No es de los nuestros quien hace solamente por el mundo, ni es de los nuestros el que hace solamente por el más allá».

La tercera máxima o principio fue «hablar a la gente de acuerdo a su entendimiento». Se propuso conocer la cultura de la gente de su medio para poder hacer eso, y antes que estudiar en las universidades islámicas fue más importante para él hacer una carrera «ideológica» en occidente. Se podrá considerar buena o no la carrera de filosofía de la Universidad de Buenos Aires, pero era lo más cercano a lo que quería. Tampoco pretendía ser un erudito en la filosofía, o un gran autor, o un profesor eximio, sino simplemente formarse a sí mismo para hacer otra cosa que exclusivamente filosofía, lo que realmente le ha dado una capacitación especial. Sus discípulos podemos dar testimonio de la claridad y profundidad que lo ha distinguido en numerosos eventos ante intelectuales o eruditos de renombre de la Argentina.

(continuará…)


(1) Siendo el apodo de la familia «Al-Buqar‘ah», que significa «los de cabeza grande», seguramente por sus habilidades intelectuales.

(2) Dice el Múrshid: “Creo que fue bueno el plan porque se abría la posibilidad, quizás, de viajar a un país islámico y formarme en una Universidad Islámica, de hecho en oportunidad de un viaje a Meca, en 1974, me ofrecieron quedarme en la Universidad de Medina y yo lo rechacé excusándome porque tenía a mi esposa y a mi hijo en la Argentina, pero en verdad veía que no era eso lo que debía hacer.”

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