Testimonios de los discípulos del Sheij Alí Al-Husainí (4)
Cómo adherí al Islam (4)
El primer libro que llegó a mis manos fue la “Historia general de la naturaleza y teoría del cielo” de Manuel Kant, cuando apenas tenía 8 años; un ejemplar salvado de un edificio derrumbado por un tornado que asoló la ciudad de Mercedes, en la provincia de Corrientes. Otros libros, que no me pudieron proveer mis padres por motivos económicos, me llegaron como premios en la escuela primaria: obras de Julio Verne, Edmundo de Amicis, Oscar Wilde y José Hernández, cuya lectura alternaba con los relatos fantásticos que hacía mi padre de las “Mil y una noches”, de los cuentos de Horacio Quiroga, o de leyendas populares. Recuerdo que me aventuré a leer la “Crítica de la Razón Pura” de Kant, cuando cursaba el bachillerato con orientación docente, y a leer luego a Martin Heidegger. Había surgido mi inclinación por los estudios filosóficos. Al ingresar en la carrera de Historia, en el Instituto Nacional del Profesorado “J. V. Gonzalez”, me dispuse a eludir en lo posible la memorización de batallas, fechas o cambios políticos, que no me interesaban tanto, para concentrarme en la evolución del pensamiento oriental y occidental a partir de la teoría del “Tiempo axial” de Karl Jaspers. Debo confesar que desde esa época comencé a torturar a mis familiares y allegados con citas textuales de obras que había leído, de la siguiente manera: “como dijo Platón, como dijo Kant, como dijo Nietszche o Heidegger…”
Descubrí entonces algunos libros de René Guenón. Por primera vez se abría mi mente hacia una dimensión espiritual que no había encontrado en el Catolicismo (a pesar de haber tomado la comunión) o en algunas iglesias evangélicas a las que fui invitado por amigos. Pero, mal interpretando a Guenón, me imaginé que la vía iniciática era solo para gente elegida, tocada por la Providencia. Envidiaba a un amigo de la secundaria que sí había tenido la suerte de ser llamado al sufismo, y concurría por entonces a Rojas (Barrio de Caballito en Buenos Aires), donde funcionaba el Centro de Altos Estudios Islámicos. Parecía que estaba condenado a vivir en una burbuja racionalista pero, sin que me invitara nadie, me apersoné directamente en las oficinas del Centro de Altos Estudios Islámicos, manifestando mi interés en realizar una investigación sobre la metafísica tradicional, para completar una tesis de posgrado en el Instituto del Profesorado. Para justificar mi aterrizaje en el Centro de Estudios Islámicos esgrimí mi conocimiento de las obras de Guenón. Me atendió directamente el Sheij Alí Al-Husainí quien, con una mirada cómplice dirigida a un discípulo que se encontraba en la oficina, se sonrió, frente a un guenoniano más de los tantos que ya habían arribado a interiorizarse por el Islam por esa vía.
Pese a lo imprevisto de mi llegada el Sheij Alí Al-Husainí me recibió con gentileza y generosidad, ofreciéndome incluso una obra inédita suya acerca de Pitágoras, para que la desarrollara e incluyera en mi investigación. Comenzaron luego una serie de quince clases personales sobre metafísica tradicional que me brindó todos los jueves subsiguientes desde Agosto a Diciembre de 1997. La dinámica era muy sencilla, Sidi Múrshid (C) me pedía que en la primera parte de la clase no lo interrumpiera, por lo que me limitaba a grabar su exposición, o anotar preguntas para la segunda parte, cuando se producía un dialogo espontáneo. Antes de comenzar decía él en voz baja unas palabras desconocidas para mi “Bismi-Láhir Rahmánir Rahím” y cerraba sus ojos concentrándose en aquellos conocimientos extraordinarios. Una vez le pregunté si veía, y me respondió que oía. Así fui aprendiendo nuevos conceptos, y observando los primeros detalles del Din, como por ejemplo, la delicadeza de su esposa y de su hija, que se acercaban en cada encuentro de manera amable a convidarnos con té y algunas confituras, tratando de interrumpir la clase lo menos posible.
Cada vez que salía de esos encuentros sentía que mi pecho se abría, y la satisfacción de escuchar conocimientos tan elevados me acompañaba durante el resto de la semana, luego me dedicaba a desgrabar las charlas y transcribirlas en mi computadora. Recuerdo que, en esa época, concurría los miércoles a la Biblioteca de la “Basílica de Nuestra Señora de la Merced” en Buenos Aires, a un seminario sobre Heidegger dictado por un eminente profesor argentino, Narciso Pousa, discípulo de Jean Wahl, en la Sorbona, y titular de la cátedra de Filosofía Contemporánea de la Universidad de la Plata. Pero, con todo el respeto que me merecía su erudición, no se podía comparar con aquello que me enseñaba el Sheij Alí Al-Husainí, fruto de la inspiración del Profeta (BPDyC). Tal era la admiración que sentía por sus enseñanzas que cuando intercaló referencias extraordinarias sobre el Imam Al-Mahdí (P) o Saidiina Al-Jadr (P) no se me ocurrió siquiera ponerlas en duda.
Así fue como emprendí el camino hacia el sufismo que, como enseña nuestro Murshid, implica el máximo cumplimiento posible de la Sunna islámica, por lo que pasé a ser, de buenas a primeras, el 30 de diciembre de 1997, discípulo del Sheij Alí Al-Husainí, adherente del Islam y neófito ayunante del Mes de Ramadán, un día después de dar mi testimonio de fe o Shaháda.
Si bien siempre estuve en contacto con gente musulmana, la primera vez que tuve conocimiento del islam verdadero fue cuando conocí a la Yamá‘ah y pude ver su modo de vida. Al Múrshid (C) lo conocí cuando tenía aproximadamente 7/8 años ya que era compañera de la escuela primaria de una de sus hijas. Cuando lo veía sentía que su presencia generaba respeto, parecía una persona muy seria. Adherí al islam en el año 2001, cuando vine de vacaciones a San Martín de los Andes a conocer a la Yamá‘ah. La primera noche tuve un sueño en el que escuché una voz que me decía: Ya peregrinaste, hiciste la salat, hiciste la salat meritoria, sólo te falta escalar la montaña. Luego tuve una conversación con el Múrshid (C) en la cual me explicaba este sueño, quedando maravillada, ya que yo no tenía ningún conocimiento de los símbolos del sueño. Ahí fue cuando decidí renunciar a mi trabajo y mis costumbres para dedicarme en lo posible a las indicaciones del sueño.
A Sidi Múrshid (C) lo conocí en una reunión muy breve donde le manifesté mis intenciones con respecto al Islam, y hacia una mujer de la yamá’ah. Tuve la sensación de estar ante una persona con la cual no se podía jugar, pero no fue solamente con él, sino con todo su entorno. Además sentí que lo cuidaban. Después de unos meses, luego de haber dado mi Shahádah, tuve otra impresión surgida al hablar por teléfono con él, fue un sentimiento filial que me hizo comprender lo que sienten hacia él los integrantes masculinos de la yamá’ah, el cariño y el sentido de protección.
Recuerdo la reacción de mi madre cuando le informé de mi adhesión, que me preguntó asustada: ¿No será peligroso eso nene? Y ahora es mi madre la que más se acerca, ya que yo le informo lo poco que se, y que a ambos nos ocultó durante mucho tiempo la Iglesia Católica.
Pese a ser uno de los últimos en haber adherido al Islam, dentro de la Yamá’ah, puedo manifestar que los Duah de Sidi Múrshid (C) en la salat son escuchados, salimos de las enfermedades, son fértiles nuestras mujeres, y sus bebes crecen saludables.