Cómo adherí al Islam (5)
Antes de conocer al Múrshid (R), ual-Hámdu lil-Láh, no tenía mucha idea de qué era el Islam, solo alguna mención tipo cuentos sufís, o las “mil y una noches”, pero nada importante. La primera vez que vi al Múrshid (R) fue en una conferencia interreligiosa en el colegio de escribanos de Bs. As., y lo primero que me dijo fue: “Bienvenido” La diferencia con los otros oradores era total, recuerdo que me llamaba poderosamente la atención la marca en la frente de Sidi Múrshid (R), no podía dejar de verla, vaya a saber uno en que fantasía estaría pensando. Un amigo me había llevado, él lo venía viendo a Sidi Múrshid (R) desde hacía unos meses, y me relataba de sus encuentros y lo que estaba leyendo, el cielo y el infierno, cosas de las que nunca había escuchado hablar con seriedad, el Fin de los Tiempos, la inspiración… Recuerdo que el día que me dijo que había adoptado el Islam, yo dije medio en broma que me iba a hacer budista zen.
Después de ese primer encuentro, comencé a asistir a las reuniones en casa de unos fuqará. Me impresionaba participar de los actos de devoción, que era algo completamente desconocido para mí, la salat y el dhikr, nunca había vivido algo así, era como si hubiese encontrado algo que siempre había estado buscando sin saberlo. Y el conocimiento… el Múrshid (R) era alguien que podía responder todas las preguntas, las que me había hecho y las que nunca siquiera había formulado, y era el primero que proponía una meta auténtica y un camino para alcanzarla. Unas dos semanas después, por primera vez pude hablar en privado con él. Me encontraba contrariado porque sentía que para participar de la yamá’ah tenía que adherir al Din, me sentía un farsante. Sidi me dijo: “Lo puedo esperar toda la vida”. Con los años me di cuenta que no le importaba la cantidad sino la calidad de la gente. Dos semanas después, en un yumú’ah, di la Shahádah, ual-Hámdu lil-Láh. La circunstancia fue la siguiente: en la reunión anterior, el hijo de un hermano de la yamá’ah, de tan solo 9 años, me preguntó cuándo me iban a poner un nombre islámico: “Dentro de poco”, le contesté, y me encontré a mi mismo con una decisión tomada. Esto fue en mayo o junio de 1998.
La reacción del entorno fue, primero, de asombro, incredulidad y desinterés, como si se tratara de una locura más de tantas otras, y cuando se fue evidenciando la confirmación de la práctica del Din en uno, como algo irrevocable e inapelable, ual-Hámdu lil-Láh, la reacción se tornó en rechazo y en los mejores casos, una respetuosa distancia. Esto se fue haciendo cada vez más patente, sobre todo a partir de la emigración. La emigración, en mi caso, fue una necesidad, algo inevitable, un paso que había que dar para poder seguir adelante. Estando en Buenos Aires se mantenía una duplicidad que no podía superar, y solo conocí lo que era la yamá’ah luego de la emigración, cuando el modo de vida islámico pasó a ocupar toda mi vida. Cuando tome la decisión fue como si todas las puertas se cerrasen, y solo quedase una posibilidad. Recuerdo que el día que salía, fui a saludar a Sidi Múrshid (R) y me dijo: “Si va a emigrar, hágalo por el Imam Al-Mahdí (BP), si no, de nada sirve”. En ese momento, no tenía ni idea de lo que realmente significaba eso, salí temblando de la casa del Múrshid (R), e hice du’a (súplica) como nunca antes había hecho. Creo que ese día Allah Ta’ala cambio mi destino, ual-Hámdu lil-Láh.
¿Cómo testimoniar sobre la categoría del Múrshid (R)? ¿Es que acaso podemos conocerla? Pero sí puedo testimoniar sobre mí mismo, y lo que el Múrshid (R) hizo y hace de mí, sobre el error y el sin sentido, las tinieblas y el olvido en que me encontraba hasta encontrar a nuestro Múrshid (R), ual-Hámdu lil-Láh, y todo el bien que de él recibo ¿y qué sería de mí, sino hubiese sido por él ? El Múrshid (R) fue el primero que me enseñó a nombrar a Allah Ta’ála, fue quien me enseñó la salat y a amar el Tauhíd, fue el primero que me dijo que podía ser feliz. Fue quien me indicó quien sería mi esposa y quien le puso el nombre a mi hija. Fue quien me enseñó a afeitarme, a vestirme, quien me enseñó a trabajar y a hablar. El que me enseña que Allah hace lo que quiere, y que de Allah solo proviene el bien y únicamente el bien. El Múrshid (R) es quien me enseña que es el amor, qué es la sinceridad y qué la generosidad, la fidelidad, y el honor. Que la dignidad es la Presencia divina en el corazón del siervo, y la nobleza el amor del Profeta (BPDyC). La compañía del Múrshid (R) es advertencia y sosiego. Es la mirada de Allah fija en mi corazón. La compañía del Múrshid (R) es la presencia del más amado (BPDyC) ¿Es que acaso alguien puede negarlo?
Cuando salí del secundario realmente no sabía que iba a hacer de mi vida, me aboqué, sobre la base de la educación que había recibido, a resolver mi situación económica, pero siempre intuía en cada uno de los pasos que daba, que ello no era el fin de todo.
Me volqué a la lectura, a la búsqueda de textos que pudieran darme una explicación de la existencia, de mí mismo, que reuniera íntegramente todos los aspectos de la vida en la cual pudiera desarrollarme. En esas vueltas de la vida, y dentro del ámbito laboral en el cual me movía, conocí a una persona, a la cual tengo mucho aprecio, que me indicó el Islam, algo que hasta entonces no conocía, y la poca información que tenía era la de los medios de información, que generalmente poco conocen y mucho difaman. Prontamente me dispuse a empaparme del tema, en eso, este amigo me contacta con un hermano de la comunidad, y éste a su vez con quién hoy es mi maestro.
Lo que más me sorprendió, cuando tuve mi primer encuentro con el Múrshid (CA), fue su profundidad, elocuencia, y además su acierto en esa primer entrevista, de algo intimo, de una necesidad que tenía, que al adherir al Islam fue un tesoro que comencé a degustar, que es el Din del Islam, la forma de vida del Profeta Muhammad (BPDyC). A través del tiempo descubrí que esas palabras que surgieron de esa entrevista, y todos los consejos que a posteriori me dio (CA), estuvieron siempre orientados a lo mismo, y que hoy abren en mí puertas cada vez más profundas de mi propia realidad, y es el testimonio más veraz e ineludible que tengo de mí mismo y de la veracidad de mi Maestro.
Lo primero que oí sobre el Islam fue a través de mi marido, el tenía libros sobre sufismo, pero no les presté atención hasta que en 1987 se dieron unas conferencias en Tandil, donde vivíamos entonces. No pude ir porque estaba embarazada de mi hija, y mi hijo varón era muy chiquito, pero mi marido fue, regresando al finalizar la misma con Sidi Múrshid (C) y dos o tres personas más. Los invitó a tomar un café, y así conocí a Sidi Múrshid (C), quien me pareció una persona muy agradable. Intuí entonces que haberlo conocido implicaba un bien para nosotros, aunque todavía no sabía por qué.
Al año siguiente mi marido adhirió al Islam, lo que me permitió acceder a escritos sobre el tema, los cuales leí sin entender mucho. También me permitió tener contacto con gente de la Yamá’ah que venía cada tanto a dar conferencias y se alojaban en casa. Me sentí siempre muy cómoda con todos ellos.
Comencé entonces a tomar costumbres o reglas como propias, dejé de comer cerdo y cualquier bebida que contuviera alcohol, inclusive comencé a hacer salat, pero la abandoné porque no entendía bien el significado; no estaba preparada. Hasta que en el año 1994, en enero, vino la Yamá‘ah entera a pasar unos días en Tandil con nosotros. Esos días los viví en alegría permanente pese a que la rutina era muy exigente. Pasaron cosas maravillosas, sentí que la casa se llenó de ángeles, y supe que quería adherir al Islam. Recuerdo que cuando lo hice, al día siguiente, fui a ver a mi mamá para contárselo, y ella lloró de emoción.
Mi relación con Sidi Múrshid (C), por la distancia en que vivíamos, y por mi timidez, no pude establecerla firmemente, hasta que nos trasladamos a San Martín de los Andes, varios años después. Pero comprendí que Sidi Múrshid (C) nos conoce más de lo que nosotros sabemos. Cuando vivíamos en El Bolsón, estaba muy deseosa de venir a San Martín de los Andes, tenía necesidad de hacerlo, y cuando finalmente lo hicimos Sidi Múrshid (C) me dijo que había algo que le repetía en su cabeza todo el tiempo mi nombre; él sabía de mi necesidad sin que hubiéramos hablado.
La intención de venir a San Martín de los Andes la teníamos hacía rato, pero no sabíamos como concretarla, hasta que se me ofreció un lugar para trabajar en la fábrica y no lo pensé, le dije a mi familia, voy a buscar casa para alquilar y nos mudamos. Esto era lo que estaba soñando hacer desde el año 1995 en que se comunicó lo de la emigración. Desde ese momento todo lo hacía pensando en el día en que estuviera con la Yamá‘ah y se cumplió finalmente mi anhelo!